Mi laberinto: A parir por un cacao

 Con amor a mi esposo José de Jesús 🙂

Yo no llegué a Curiepe queriendo comer cacao, quien tuvo la osadía de quererse llevar uno de las ofrendas de la iglesia fue José de Jesús, mi copiloto de viaje. Hasta al padre se lo pidió, de todas maneras estaba verde.

Después de todas las peripecias vividas en “busca del San Juan perdido”http://bit.ly/pcn1bR, a mí la escena de Jesús, el cura y el cacao se me había borrado. Cuando tratamos de salir del pueblo nos dimos cuento que la única –calle principal- para entrar o para irse estaba atapuzada de gente y un señor muy amable nos dijo: “Mijos echen  pa´tras, y salgan por el borde del pueblo”. Así mismo hicimos, tomamos una vía que poco a poco empezó a tener semblanza rupestre.

A pocos minutos de andar, Jesús gritó emocionado: “Miraaaa allá hay cacao, párateee”. Yo enseguida complací la emoción de mi amigo, pero una –luz cegadora- lo hizo reaccionar y me dijo que mejor  pedíamos permiso en la casa cercana, no fuera a ser que nos cayeran a plomo en pleno monte cacaotero.

La cosa está en que yo no fue que me estacioné en el borde de la vía, sino que enfilé la trompa de la camioneta hacia la casa. Un señor, de esos de pueblo cuyas venas y mirada destilan caña me invitó a estacionarme adentro. Jesús atacado con su paranoia caraqueña, me decía: “Claricita no lo hagas, no lo ha…” Tarde porque yo ya me había metido al terreno, había dado la vuelta y me estaba quitando el cinturón de seguridad. No sólo me estacionaba, sino que me bajada para más inquietud de Jesús; si teníamos que salir corriendo, sólo contaba conmigo, porque él no maneja sincrónico.

Allí mismo apareció otro señor de la nada, pero sin pizca de alcohol encima, le pregunté si me podía conseguir unos cacaos y se fue con saco de fique en mano para la siembra. Yo feliz, Jesús seguía asustado. Oscar como se llamaba nuestro primer anfitrión no se paró de la silla en la que estaba, su compañía era una botella vieja y transparente con un poco de matas adentro remojadas quién sabe en qué aguardiente. Empezó a conversar con nosotros cuando le vi la intención de ofrecernos el licor. Yo piqué adelante: “Ay señor gracias pero yo no puedo tomar por el bebé”.

Jesús no podía creer lo que yo acababa de decir, solamente me dediqué a acariciar mi barriga fantasma y le piqué el ojo. Eso fue como un resorte para Oscar, el cual hasta me vaticinó el sexo del bebé mientras extendía su mano con la tapa de licor hacia –mi esposo-.

–          Y ya saben el sexo de la criatura –preguntó emocionado

–          Pues no, aún no se muestra – dije contundente

–          Es niña, es una niñaaaaa

–          Ah sí, y cómo sabe

–          Me lo acaban de decir – y miraba para el cielo

–          Ahhh que bien Jesús tendremos niña –Él mudo-

–          ¿Y ya le buscaron nombre?

–          No, porque no sabía que era

–          ¡A pues cómo se llama usted?

–          ¿Y el papá, porque tú eres el papa? Toma más…

–          El Jesús y yo Claris

–         ¡Póngale Jeclá!

–          ¿Queeeé? Pregunté infartada – Eso no pega

–          Claroooo que pegaaa, salud por Jecla, esa niña va a ser brillante

Jesús seguía mudo y me miraba con ganas de ahorcarme. Luego de la emoción de mi Jecla, Oscar se dedicó a darnos consejos de tenernos paciencia, sobre todo si alguno llegaba tarde a casa ¿me conocía? Y después a contarnos que tenía 16 muchachos de 5 mujeres distintas y que cuando estuvo en la cárcel de Catia, tres de ellas se le presentaron con la barriga; a ninguno mantenía y que él no sabía por qué las familiares de sus mujeres no dejaban que se les acercara. Estoy segura que Oscar no tiene espejo en la casa. Acto seguido se auto nombró compadre y me ofreció las riveras del rio para que llevara la niña a jugar, eso de verdad me pareció muy tierno y genuino.

No podía quedarme sin documentar la historia, aqui están los compadres:

Mientras él narraba su vida carcelaria y amorosa. Jesús se ponía cada vez más inquieto. Hasta que llegó el otro señor con el saco lleno de cacaos que de una vez dejamos en el carro. Yo ya satisfecha de burlarme de ambos me monté en la camioneta. Eso alivió a –mi esposo- hasta que yo le dije: “Y las llaves del carro, mi amorrr”. Jamás he visto a un hombre tan asustado como Jesús. En un ratito las conseguimos, pero él ya se imaginaba nuestro secuestro en Curiepe, como luego me confesó.

Cuando por fin prendí motor, Oscar salió corriendo a buscarme otra cosa. Previo a eso el señor de los cacaos nos ofreció comida en unas taparas, que yo educadamente le dije que no, porque tenía náuseas por el bebé. Apareció el compadre con una morrocoya en mano pidiéndome a cambio 50 bolos. Yo abrí mi cartera, mientas Jesús gritaba: “Noooooooo Claris, noooooooo, no podemos llevarnos, la morrocoya no cabe en el apartamento- Yo me voltee y le dije: “Ay mi amor pero qué espacio va a ocupar esa niña – me reí, tomé al animalito y lo puse sus piernas. Arrancamos.

De allí para adelante por normas de educación no repetiré todoooo lo que el ahora –ex esposo- me dijo, además que después publicó en el facebook que su terapista le estaba haciendo olvidar casa suceso para que avanzara en la vida. Yo  para variar lo ignoraba mientras iba balbuceando nombres posibles para la morrocoya, hasta que di con ponerle: Conga, en honor a la deidad pagana de Curiepe, hoy San Juan.

Oscar con su pose de compadre rico, así mismo lo dijo

En el futuro tenía otro inconveniente que no era recuperar la psiquis de Jesús, sino esperar que Wanda al ver a la animalita no le fuese a echar un mordisco. Eso no sucedió, al contario la olió y luego la ignoró. Conga no se quedó viviendo conmigo, me la llevé para donarla al baby zoo del Hatillo, donde no me la recibieron, luego seguí a Expanzoo, donde Wanda que me acompañaba, se me soltó y demostró su instinto persiguiendo patos y gansos, yo corría de tras de ella, hasta que la agarré, tampoco me aceptaron la morrocoya ¿No sé por qué? Mi foto y una línea de “non grata” reposa en la garita de seguridad.

Lo único que me quedaba era la señora que cuida la iglesia ortodoxa del Hatillo, ella si me recibió a Conga para dársela a su hija; era una chiquita de unos cinco años, le entregué con suavidad el animalito, le dije como se llamaba, ella lo vio con desconfianza, pero no lo rechazó. Me despedí de Conga, no me podía quedar mucho rato. Wanda ladraba dentro del carro desesperada, es que allí había unas gallinas sueltas en plena grama. Me fui pensando cómo la morrocoya llegó hasta la niña y deseé para ella lo mismo que el compadre, que tuviese un futuro brillante.

Los caminos de Dios son misteriosos, vale la pena andarlos y yo… soy pata caliente.

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Crónica: en busca del San Juan Perdido https://claristrig.wordpress.com/2011/07/07/mi-laberinto-en-busca-del-san-juan-perdido/

Galería fotográfica Tambores de San Juan http://www.flickr.com/photos/delfin_orion/sets/72157627014221203/

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